28 setiembre 2011

He visto la cara de los hombres
voltear los ojos,
hasta dejarlos blancos,
mirar al suelo, al horizonte.
Pensar. Dibujar ideas
-con el humo de sus cigarros-
que se disipaban luego,
como el tiempo,
dejando solo un mal olor,
un mal recuerdo.
He visto sus manos duras
posar sobre sus astenios rostros
cubrirlos completamente,
enjugar sus lágrimas,
sus sentimientos.
Ellos morían de pena
porque no los oían,
sentían coraje,
porque todo era injusto.
Y así, un día,
se levantaron,
y hablaron y hablaron;
a ver si algún lóbulo temporal
sus palabras percibía,
pero aun si hubieran gritado
a incontables decibeles
ninguna oreja se pararía
a escuchar.
Y los hombres lloraron y lloraron
aunque en su género,
prohibido estuviera el llanto;
ellos lloraron y lloraron.
Cansados del estruendo,
los impíos oyeron;
y los calmaron,
con mentiras aplacaron
la tristeza de los hombres.
Y los hombres murieron
creyendo ser felices,
engañados. Pensando,
fumándose el cuento
de que todo
absolutamente todo
era perfecto,
dibujando falacias
-con el humo de sus cigarros-
que se disiparon luego,
como sus cuerpos, 
-hechos polvo-
por el tiempo.


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